
La Biblia es la palabra de Dios y su tema central es el gran amor de Dios para rescatar, salvar y perdonar a la humanidad por medio de nuestro amado salvador Jesús. Fue inspirada por el Espíritu Santo, y nos enseña el camino por donde debemos andar. La palabra de Dios es viva y eficaz.
En el principio la Tierra estaba desordenada y era un caos total, y Dios, con su palabra de autoridad y poder, ordenó todo y creó un hermoso jardín. Y así lo ha hecho en nuestras vidas, las ha ordenado y ha quitado el vacío del corazón por medio de Jesucristo, al conocerle como Señor y Salvador. Esa Palabra viva nos hace crecer espiritualmente.
Es importante que pongamos atención a su Palabra para conocer, saber, entender, y discernir sus grandes promesas, abrazarlas y tomarlas con ánimo, fe y esperanza. La Palabra de Dios es dinámica, activa y hace efecto si la memorizamos, si la conocemos y si meditamos en ella de día y de noche. Es como una semilla que tiene vida en sí misma, cae en tierra y da fruto. También nos alimenta y nos da fuerzas.
Por medio de ella crecemos y nos desarrollamos y somos cristianos victoriosos. Es como un alimento. Es como una espada cortante de dos filos que penetra en nuestros corazones y nos defiende del enemigo. Esa Palabra tiene fuerza, poder y produce lindos resultados pues nos llena de fe y nos motiva a seguir en sus caminos. Esa Palabra no regresa vacía, hace su efecto, convierte el alma, llena, satisface, da fuerzas, ordena, alimenta, defiende y cambia.
Debemos escuchar la Palabra y ponerla en práctica para ser transformados y reflejar a Cristo.
También es como un fuego consumidor que quema nuestro pecado y como un martillo que golpea nuestro corazón para transformarlo. Es una lámpara y una luz que nos ayuda a ver el camino para no tropezar en las tinieblas.
La Palabra produce vida, nos quita la sed, es agua que nos mantiene limpios, es un alimento espiritual que nos ayuda a crecer. Debemos anhelar que la Palabra de Dios inunde nuestro ser, amarla, desearla como miel que destila del panal. Y compartirla con nuestros hijos, amigos y parientes. Y decir como decía David: ¡Cuánto amo yo tu ley! todo el día medito en ella y tus estatutos son maravillosos por eso las obedezco.
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