
Sabemos que la voluntad de Dios es que seamos prosperados, pero también sabemos que las promesas de Dios son condicionales. Si no llenamos los requisitos, no se cumplen las promesas que el Señor tiene para nuestra vida. Es el deseo de Dios que nosotros seamos prosperados en todo, pero a cambio nos pide que meditemos en la ley de Jehová de día y de noche, pues solo así seremos como un árbol plantado junto a corrientes de aguas que da fruto a su tiempo y su hoja no cae. Todo lo que hace prosperará (Salmo 1:3).
Si no meditamos en la Palabra del Señor ni la practicamos, no podremos ser prosperados. Hasta el momento, en este recorrido, hemos expuesto lecciones fundamentales para la prosperidad integral de nuestra vida. La redención del Señor es integral, abarca alma, espíritu y cuerpo. Así mismo, nuestro compromiso con Dios es total: espíritu, alma y cuerpo. Entre los conceptos bíblicos que hemos considerado está, en primer lugar, buscar a Dios primero; en segundo lugar, debemos creer a Dios y guardar sus mandamientos. El tercer aspecto es honrar a Dios con nuestros bienes. Cada vez que traemos los diezmos y las ofrendas para el pobre, para la obra del Señor estamos honrando a Dios con nuestros bienes. En cuarto lugar, ayudar al pobre. Esa es nuestra responsabilidad como cristianos. El quinto concepto que incluimos en esta fórmula fue trabajar, pero hacerlo con diligencia. Eso es lo que hace la diferencia.
Ser honestos en todos nuestros asuntos
¡Todos tenemos que ser honestos! Este es un tema en el que nuestro Padre que está en los cielos nos habla a nosotros sus hijos con amor, pero con autoridad. Así que, con esa autoridad de Dios, vamos a leer en su Palabra lo que él nos aconseja.
En la segunda carta que escribió Pablo a los Corintios 8:21 dice: Porque procuramos que las cosas sean honestas, no sólo delante del Señor, sino también delante de los hombres. Dios espera que seamos como él es, por eso nos dice que tenemos que ser santos como él es santo. Nosotros tenemos que ser honestos en todo lo que hacemos, por eso dice Pablo que procuramos que las cosas sean honestas, no sólo delante del Señor, sino también delante de los hombres. Honestos el domingo en la iglesia, honestos de lunes a sábado en los talleres, clínicas, bufetes, colegios, universidades, oficinas públicas o privadas. En todos estos lugares nosotros tenemos que ser honestos delante de Dios y delante de los demás.
Así que el primer aspecto de nuestra honestidad se mide en el pago de los impuestos.
La Biblia dice en Romanos 13:7 que nosotros como cristianos tenemos la responsabilidad de pagar a cada uno lo que le corresponde. Paguen a todos lo que deben: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra.
El ser humano por naturaleza se rehúsa pagar lo que debe. Le cuesta pagar. Todavía no he encontrado a alguien que reciba la factura de la energía eléctrica con alegría y diga: «¡Aleluya! ¡Miren todo lo que tengo que pagar! ¡Qué bueno!» Nadie se alegra cuando le cobran, aunque sabe que cada mes tiene que pagar el alquiler. Cuando llega el cobro lo paga porque no le queda más remedio, pero no lo hace con gusto. Muchos todavía no se han acostumbrado a dar con alegría el dinero que su esposa necesita para los gastos del hogar y la familia.
La mayoría de los esposos lo dan con dolor del corazón. Es muy humano rehusar pagar, aunque tengamos que hacerlo y así cumplir con nuestros compromisos.
Podrá justificar no pagar lo que debe pagar, pensando que de todas maneras se lo van a robar. Sin embargo, ese no es problema suyo.
Por eso, evalúe su vida. ¿Fue fiel a Dios al ser honesto con sus responsabilidades? Este es un buen tiempo para reflexionar y de ser necesario, propóngase honrar a Dios en todas las áreas de su vida. Y recuerde esta promesa de Salmo 1:3 Es como el árbol plantado a la orilla de un río que, cuando llega su tiempo, da fruto y sus hojas jamás se marchitan. ¡Todo cuanto hace prospera!
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