
Esta pregunta se la han hecho los cristianos durante siglos. Cuando pecamos, los creyentes nos sentimos frustrados porque anhelamos vivir siendo agradables a nuestro Señor. Esta frustración la expresó el apóstol Pablo en Romanos capítulo 7:18 al decir: «Yo sé que en mí, es decir, en mi naturaleza pecaminosa, nada bueno habita. Aunque deseo hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo. 19 De hecho, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero.».
Es decir, seguimos pecando porque aún estamos en un cuerpo que tiende al mal y tenemos una mente que, a menos que sea renovada con la Palabra de Dios, también tiende al mal. Eso es lo que Pablo nos invita a hacer en el capítulo 12 de Romanos: que no nos amoldemos a este mundo, sino que seamos transformados mediante la renovación de nuestra mente.
Y de esa manera podremos comprobar cuál es la voluntad de Dios que es buena, agradable y perfecta. Pablo afirma también en Romanos 13:14: «Más bien, revístanse ustedes del Señor Jesucristo, y no se preocupen por satisfacer los deseos de la naturaleza pecaminosa.»
Entonces, pecamos porque estamos sujetos a un cuerpo que aún disfruta pecar y que es susceptible a las tentaciones que el mundo.
Pero la buena noticia es que podemos ganar la victoria sobre el pecado. Ahora como creyentes tenemos esa capacidad. Es lo que expresa Pablo en Romanos 6:12-13: «No permitan que el pecado controle la manera en que viven; no caigan ante los deseos pecaminosos. 13 No dejen que ninguna parte de su cuerpo se convierta en un instrumento del mal para servir al pecado. En cambio, entréguense completamente a Dios, porque antes estaban muertos pero ahora tienen una vida nueva. Así que usen todo su cuerpo como un instrumento para hacer lo que es correcto para la gloria de Dios.»
Ahora tenemos nueva vida. Es esta nueva vida que tenemos que podemos vivir en victoria sobre el pecado. ¿Y qué pasa si fallamos de nuevo? Pues también tenemos a nuestro abogado, a Jesucristo, el cuál es fiel y justo para perdonarnos y limpiarnos de toda maldad.
Él es el sumo sacerdote que puede compadecerse de nuestras debilidades, porque él también se enfrentó todas y cada una de ellas, pero nunca pecó. Podemos ir a él y recibir el perdón que necesitamos para seguir adelante.
Tenemos a nuestro abogado, a Jesucristo, el cuál es fiel y justo para perdonarnos y limpiarnos de toda maldad.