
Hemos aprendido que si queremos prosperar primero tenemos que buscar a Dios. La Biblia dice que el que busca primero el reino de Dios y su justicia, todo lo que es vestuario, comida y vivienda le será añadido.
En segundo lugar, debemos creer y obedecer la Palabra de Dios. Si creemos a Dios y obedecemos lo que él nos dice seremos prosperados. A Josué se le dijo claramente que, si quería ser prosperado y exitoso, tenía que creer y meditar la Palabra de Dios, además de practicar la obediencia a los mandamientos.
El tercer aspecto de estos fundamentos bíblicos para prosperar es honrarlo con nuestros bienes. Dios nos bendice porque nos puso aquí en la tierra para señorearla. Creó todo este planeta para que nosotros podamos disfrutarlo. Puso a Adán en un paraíso para que lo disfrutara y para que lo administrara. Y es su voluntad que nosotros estemos bien y seamos prosperados. Por eso debemos honrarlo con nuestros bienes.
¿Cómo honramos a Dios con nuestros bienes? En primer lugar, cuando damos nuestro diezmo al Señor, y cuando lo damos según Pablo nos enseña –de buena gana, alegre y generosamente. Y cuando nosotros somos fieles diezmadores el Señor nos bendice. Malaquías 3:10 nos enseña: “Traigan todo el diezmo al tesoro, y haya alimento en mi casa. Pruébenme en esto, ha dicho el SEÑOR de los Ejércitos, si no les abriré las ventanas de los cielos y vaciaré sobre ustedes bendición hasta que sobreabunde.” ¿Qué es el diezmo? El diez por ciento de mis ingresos. Es lo mínimo que debemos dar para la obra del Señor. Si nos permite ingresar mil, tenemos que dar cien; si nos permite ingresar un millón hay que dar cien mil; si permite cincuenta, le doy cinco. Ese es el mínimo, y cuando somos fieles en lo poco, somos puestos en lo mucho, pero debemos aprender que este es nuestro nivel de dar.
Todo cristiano, desde el nieto hasta el abuelo, debe aprender a diezmar. Honramos a Dios con nuestros bienes a través de las ofrendas. Cuando aprendemos a honrar a Dios con nuestros bienes, somos bendecidos. Jesús, en el Sermón del Monte dijo, según Lucas 6:38 “Den, y se les dará; medida buena, apretada, sacudida y rebosante se les dará en su regazo. Porque con la medida con que miden se les volverá a medir”.
Jesús nos enseñó a dar y damos de nuestro dinero, pero damos también de nuestro tiempo, de nuestro amor, de nuestro talento. Damos de nuestro servicio, damos nuestra casa, damos nuestros muebles para que vengan otros y se enriquezcan en las cosas del Señor. Tenemos que aprender a dar para la obra de Dios. Jesucristo nos enseñó que no debemos acumular tesoros en la tierra, donde la polilla y el óxido corrompen, y donde los ladrones se meten y roban. Cada vez que usted da la Palabra de Dios, está acumulando para el tesoro celestial. Y allá no existen los problemas que existen hoy en el mundo, problemas serios de graves consecuencias. Golpes de estado, masacres, guerras, crisis económicas, inseguridad, peleas entre pandillas, y recesiones. Eso no ocurre en el cielo. En el cielo no existe inflación, no existe recesión, no existe devaluación, pero sí existe bendición para todo aquel que ofrenda y hace tesoros en el cielo.
Lo único que nadie nos puede robar es lo que hemos dado para la obra de Dios. Proverbios 11:24, 25 dice: «Hay quienes reparten y les es añadido más; y hay quienes retienen indebidamente solo para acabar en escasez. La persona generosa será prosperada y el que sacia a otros también será saciado.» Claramente lo dice Salomón, un hombre que supo lo que es tener riqueza, poder, fama y sabiduría: Hay quienes reparten y les es añadido más. Esta aparentemente sencilla acción llega a cobrar importancia cuando una persona está capacitada para dar, Dios la prospera y le manda en cantidades extraordinarias.
¿Quiere ser prosperado en todo? Crea en el Señor, hónrelo con sus bienes y sea generoso con los necesitados.
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