
Hay un Salmo que nos muestra cómo Dios transforma una situación para hacer su voluntad, pero más que todo, su amor. El Salmo 107:33 dice: Dios convirtió los ríos en desiertos, los manantiales en tierra seca, 34 los fértiles terrenos en tierra salitrosa, por la maldad de sus habitantes. 35 Convirtió el desierto en fuentes de agua, la tierra seca en manantiales; 36 hizo habitar allí a los hambrientos, y ellos fundaron una ciudad habitable. 37 Sembraron campos, plantaron viñedos, obtuvieron abundantes cosechas. 38 Dios los bendijo y se multiplicaron, y no dejó que menguaran sus rebaños.
Dios no va a permitir que los rebaños de su iglesia y de sus hijos sean menguados por ninguna causa, porque las puertas del infierno no prevalecerán contra la iglesia. El edificó su iglesia sobre una roca firme que es nuestro Señor Jesucristo y sus rebaños no serán menguados.
Y el salmista continua en el versículo 39: Pero, si merman y son humillados, es por la opresión, la maldad y la aflicción. 40 Dios desdeña a los nobles y los hace vagar por desiertos sin senderos. 41 Pero a los necesitados los saca de su miseria, y hace que sus familias crezcan como rebaños. 42 Los rectos lo verán y se alegrarán, pero todos los impíos serán acallados. 43 Quien sea sabio, que considere estas cosas y entienda bien el gran amor del Señor.
El amor de Dios por nosotros es grande, tanto que el salmista dice al final “que entienda bien el gran amor del Señor”. Dios ha rescatado a su pueblo, muchas veces a respondido a sus oraciones. En Hechos y en el primer siglo de la Iglesia vemos cómo el pueblo de Dios atravesó persecución; cientos de miles fueron perseguidos y muertos; muchos en espectáculos públicos como el Circo Romano, devorados por leones; otros apedreados como Esteban y otros de distintas maneras. Saulo de Tarso es un ejemplo de cómo perseguían a los creyentes en Jesús para acabar con la iglesia.
Pero en todas esas circunstancias Dios rescató a su pueblo, respondió al clamor. El pueblo de Dios distaba mucho de ser perfecto, pero el Señor responde a los fracasos del pueblo con disciplina, pero esa disciplina es muestra de su amor pues los atrae de nuevo, asimismo, cuando ellos vuelven, las dificultades se vuelven en bendiciones: los ríos reaparecen, convirtió el desierto en fuentes de agua, la tierra seca en manantiales, los bendijo y se multiplicaron. Jesús dijo que el Espíritu Santo sería como ríos de agua viva, esto lo dijo en Juan 7:38: De aquel que cree en mí, como dice la Escritura, brotarán ríos de agua viva.
A veces nuestro corazón se vuelve como un caudal de un río que se secó, como que ya no corriera nada de agua. El agua viva es el agua que fluye, la que está muerta es el agua estancada.
A veces podemos pensar en cómo es que un manantial se seca, pero el Señor, al poner nuestra fe en él, hace que broten ríos de agua viva dentro de nosotros. No olvidemos que nosotros dependemos del poder del Espíritu Santo, que él es la clave para que podamos actuar en poder. Jesús dijo que seríamos testigos en Jerusalén, Judea, Samaria y hasta los fines de la tierra al recibir el poder del Espíritu Santo.
Oswald Chambers escribió: “El río del Espíritu de Dios supera todos los obstáculos, nunca enfoquemos nuestros ojos en los obstáculos o la dificultad. El obstáculo será algo totalmente indiferente para el río que fluirá a través de nosotros continuamente si tan solo recordamos esta enfocados en la fuente de ese río que es nuestro Señor.”
Así como los ríos de lava de un volcán arrasan con todo a su paso, así el río que el Señor hace brotar dentro de nosotros es capaz de arrasar con cualquier obstáculo que se presente frente a nosotros.
Por supuesto que el Diablo quiere destruir la iglesia del Señor, pero no va a poder, no ha podido en más de dos mil años, porque confiamos en el poder de Dios, en su gracia, en su misericordia y en su poder de restauración.
Así que podemos rogar que con el Espíritu Santo de Dios cambie nuestro desierto y la sequedad de nuestra vida por fuentes de agua y manantiales.